domingo, 31 de agosto de 2008

Mariposas



Despegan las mariposas
Desde un lugar de la naturaleza
El viento las acaricia
Su danza llega lentamente
Y pinta destellos en mi adentro
Líneas entonces han sido trazadas
Cierro los ojos
Y sonrío

Desde un lugar
Vuelan mariposas
Llegan por los vientos
Puede ser algo
Puede ser también
Que he abierto los ojos
De la percepción
De lo que vale sentir

Creo haber sentido mi presencia
Entonces baile
Entonces quise suceder
Por calles por mundos
Hablando lenguajes imposibles
Hasta entonces

Desde un lugar vuelan mariposas
Desde un lugar
Hablo la natura
Creo haber escuchado
Siento ahora
Camino y siento las rocas
Que me rodeaban
Caer y ser nubes
Estoy en el cielo de mi propio camino
Creo que encontré algo importante
Desde un lugar vuelan mariposas
Creo escuchando los gestos
En una parte de este campo
Creo, creo haberme encontrado
Y más allá de todo
Creo que también te encontré

Desde un lugar vuelan
Mariposas
Creo que te vi bailar
En medio de los campos
De los campos de mí.

Nota: La letra es de mi amigo Wayra, músico y compositor jujeño, de Tilcara. En su canto, en su música y en su poesía siempre está presente la Pachamama, la Madre Tierra. Agosto es el mes de la Pachamama, época de preparación de la siembra. Por eso comparto, antes que termine el mes, esta letra que en breve tendrá música, y con ella vendrá una nueva cosecha.

jueves, 28 de agosto de 2008

Llorar

Llorar. Por amor, por bronca, por alegría, por placer, por desdicha, por engaño, por compasión, por emoción, por hacer el ridículo, por nostalgia, por impotencia, por tristeza, por dolor, por ternura, por justicia, aunque sea tarde, por desgaste, por alcanzar el objetivo, por culpa, por injusticia, por cobarde, por la muerte, por la desaparición forzada, por tortura, por el robo de bebés.

Pero este llanto, ¿de qué es?



Foto: La Gaceta

miércoles, 27 de agosto de 2008

Quero, quero, queroseeeeeeeeeénnnn

Las luces de los autos que pasan por la calle, 10 pisos abajo, se reflejan en el cielorraso blanco. Manchones rojos, amarillos, azules… pasan por la avenida de mi techo, pese a que la cortina está cerrada. Medio dormida y con la borrachez despeinada de la mañana temprano, no distingo de dónde provienen esos retazos de luz que se mueven rápidamente. Hasta que descubro la rendija milimétrica que ha quedado al descubierto de la gruesa cortina.

A las luces le siguen los ruidos insoportables de los motores, bocinazos y frenadas de la hora pico, allá abajo y al mismo tiempo en mi almohada, ahí nomás, donde apoyo la oreja. Y sin querer se cuela un recuerdo: el despertar en mi casa de Tucumán, bien de barrio, lejos de cualquier avenida, de cualquier bocinazo o frenada, donde los únicos ruidos válidos son los gritos de la vecina de enfrente cuando caga a pedos a su hijo.

Pero mi recuerdo de esa mañana no es del despertar habitual de mi casa en Tucumán. Mi recuerdo tiene que ver con uno más esporádico, pero no menos perturbador. Uno que desde que tengo uso de la memoria pasa cada meses, aún cuando uno ya se olvidó de su existencia: “Quero, quero, queroseeeeeeeeeénnnn", repite, a los gritos, una y otra vez. Hasta que se pierde a la vuelta de la esquina.

Es el querosenero que tanto odiaba los sábados, después de una noche agitada. Es el hombrecito que pasa en su carro, arriando a un caballo flaco, ofreciendo querosén en bidón. La última vez que fui a Tucumán, hace un mes y medio, me despertó de nuevo el muy cabrón. Pero esa vez sonreí, y disfruté que sea él quien me haya despertado.


Nota: ¿Será que alguien, todavía, le compra querosén?

lunes, 25 de agosto de 2008

El fantasma


Habla verborrágicamente. Incoherente, además. Con convencimiento, pero derrochando necesidad. Necesidad de ser escuchado. Tanto que pareciera que no habla nunca, que nunca nadie lo escucha. Entonces, ahora que alguien le presta atención y le pregunta si lo que toma es mate, tiene que aprovechar, y hablar, y hablar, y hablar.

Es un hombre menudo, de 71 años. Barba espesa, cabello largo gris (o blanco pero sucio, quizás), uñas largas, algunos dientes de menos y un mate amargo improvisado: vaso de telgopor (como los de café que venden algunos puestitos ambulantes), pajita blanca con rayitas rojas, y el agua caliente dentro de una botella de vidrio, envuelta en papel de diario y telas, cubiertas a su vez por una botella descartable cortada por la mitad. “Es para mantener la temperatura”, me explica, antes de comenzar con su catarata de palabras sin sentido.

Pero pasemos en limpio algunos detalles: el hombrecillo vive en las calles de San Telmo, es peronista y habla de Perón como un padre. “Pero un padre en serio, ¿eh? No como los padres modernos que no les dan bola a sus hijos”, aclara. Pero además, fue perseguido por los milicos en los años de plomo y asegura que no sabe cómo es que sigue vivo. “La vida es larga, la pucha que es larga…”, dice, como deseando no haber seguido vivo para contar más nada. “Total, ¿para qué? Si ya nadie me escucha”.

Cuando le dije que me tenía que ir, me hizo un gesto con la cabeza, como asintiendo, como comprendiendo el abandono. Y se quedó ahí como un fantasma, sentado, con su improvisado mate en la mano, mirando cómo la gente pasa por la Plaza Dorrego, un domingo a la tarde, sin siquiera mirarlo.

sábado, 23 de agosto de 2008

Secretos de un telo

¿Hay algo más intrigante que un telo? Pero no hablo de visitarlo de canuto, bajar del auto sin que nadie te vea y encerrarte en una habitación desocupada. Me refiero a sus entrañas, a sus recovecos, a lo que sucede detrás de esas paredes sudadas, a sus historias, a sus secretos…

Una vez, en Tucumán, entrevisté a una Madama. Irma, se llamaba. Irma Abraham. Le decían “la Turca”, era dueña de tres telos y vivía en el fondo de uno de ellos, en una pequeña habitación, de paredes corroídas. Eso sí, tenía una enorme cama de dos plazas y un baño sugestivo, impecable, con un jacuzzi más grande que el sucucho mismo donde se refugiaba.

También recorrerí ese telo que hacía de carta de presentación de su casa. Venía a ser algo así como su jardín de enfrente, como su zaguán, como el living para recibir a las visitas. Los pasillos internos, por donde sólo circulan los empleados, parecían una especie de laberinto de cuento, en el que cada sendero te lleva a descubrir incógnitas que, aunque silenciosas, están ahí, se respiran.

Hace dos días volví a recorrer un telo por dentro. Caminé por sus pasillos, espié cada una de sus habitaciones, toqué cada una de sus camas, me miré ante cada espejo desparramado por doquier. Es el ex telo "Pussy-Cats", un viejo edificio de tres plantas, ubicado en Palermo, que un grupo inmobiliario está a punto de demoler para construir una torre de 22 pisos. Y como quieren promocionar su emprendimiento, decidieron realizar una muestra de arte erótico en cada una de sus habitaciones.

Y ahí estaba yo, para hacer una nota de la muestra y ayudar a la inmobiliaria a promocionar la torre cool que vendrá, a costa de demoler esas intrigas, esos secretos. Tuve ganas de llorar.

jueves, 21 de agosto de 2008

¿Quién da más?

Mi colega tucumano Rafa, al que no veo hace años (¡nos volvimos a comunicar a través del blog!), me sugirió sacar la opción “verificación de la palabra”, algo que ni cuenta me había dado que se podía hacer. Es que, según su consejo, los blogger se me van a “colgar al cuello” si tienen que hacerlo cada vez que quieran dejar un mensaje. Y tiene razón. ¿Hay algo más embolante que copiar esas letras amorfas que, encima, a veces ni se entienden? Más que colgarse a mi cuello, seguro que muchos prefieren no dejar mensaje alguno.

Entonces, repasemos: ya sé lo que es un “header”, aprendí a subir videos de YouTube y a cargar fotos, y también tengo contador de visitas. Pero además, acabo de sacar la opción de las letras amorfas. ¿Quién da más?

miércoles, 20 de agosto de 2008

Blogger, ¿yo?

Esto de empezar a hacer un blog no es poca cosa como me hicieron creer, che. Todos los días tengo que aprender algo: que subir una foto, que el video de YouTube, que el header no sé qué, y toda la marencoche tecnológica a la que venía –con éxito- resistiéndome.

Pero me ganó, nomás. Y si antes no podía pasar más de lo justo y necesario frente a la compu, hacer lo que tenía que hacer (rapidito nomás porque me agarraba la desesperación), y rajarme boquiabierta como cuando me ahogo en el subte en hora pico, ahora me quedo hoooorasssss. En el trabajo, todo el día frente a la compu. Salgo del trabajo, y de nuevo, la compu. Y ahí me quedo, “ututeando” internet (como decimos en el norte para decir curioseando, toqueteando o, simplemente, chismoseando). Y ahora, claro, quiero aprender las funciones de mi blog.

Ya subí una foto, solita, sola. La busqué en Google, la bajé y la colgué (ta lindo el piragüitas, ¿no?). También elegí el video, y mi colega Juan Pablo me ayudó a cargarlo y me enseñó el secretito ese para que, cuando hagan click en un link, se abra otra página y no abandonen mi blog. Ayer inauguré mi contador de visitas (¿lo vieron? Abajo, a la derecha, ¡y los colores hacen juego con mi blog!). Y hoy… ¡Ah! Hoy tengo header. Para los desentendidos que visitan mi blog por pura amistad conmigo nomás (yo aprendí el término hoy), el header es la imagen de las caretas que está en la cabecera del blog. El contador y el header son obras de mi cumpa Payito. Eso sí, poner las caretas que representan al teatro fue idea mía.

martes, 19 de agosto de 2008

La cagué, nomás




La mayoría de las veces que llueve parece que se cae el cielo en Buenos Aires. No hay paraguas que dure. Terminan dados vuelta, con el forro arrancado del sostén de metal por un bruto viento que, encima, aparece de pronto.

Una vez, en un examen preocupacional, la psicóloga laboral me hizo hacer ese fastidioso dibujo de la lluvia, para saber cómo me protejo de esa situación. “Esta vez la cago (a la psicóloga)”, pensé, harta de hacer siempre el mismo dibujito con el paraguas cada vez que consigo un laburo nuevo. Y me quise hacer la original: hice el mismo dibujito, pero con el paraguas roto por culpa del viento porteño. Y encima lo titulé: “Un día de lluvia en Buenos Aires”.

Es que de verdad si hay algo que siempre me llamó la atención de la lluvia en Buenos Aires fueron los paraguas rotos en los tachos de basura de cada esquina, la gente peleando para que no se de vuelta, y yo, con mi humilde paragüitas, siempre llevando las de perder.

Y la cagué, nomás. Pero no a la psicóloga. La muy boluda ni cuenta se dio de la originalidad de mi dibujo. Ni una mención a lo que para mí forma parte del paisaje porteño, de su identidad. En cambio, me dijo que todavía no me hallo en Buenos Aires, que no había hecho “mi lugar” en esta ciudad, y que esperaba que pronto pueda apropiarme de mi vida aquí. Salí desconcertada. La propuesta laboral era importante y, paradójicamente, era el motivo por el cual decidí mudarme a Buenos Aires. ¡Qué psicóloga boluda!

sábado, 16 de agosto de 2008

Mucho, mucho ruido



Aunque miremos para otro lado. Aunque nos moleste. Aunque no nos animemos a escucharlo o nos obliguen a no hacerlo. El ruido está ahí, siempre. “Ruido mentiroso, ruido entrometido, ruido escandaloso, silencioso ruido”, una buena imagen de Sabina para retratar en palabras lo que este corto experimental muestra a través de sonidos (ruidos). El corto documental se llama “Los Changuitos” y fue filmado en Tucumán. ¿Nos tomamos cinco minutos para escuchar ese ruido (mucho ruido) al menos por única vez?

miércoles, 13 de agosto de 2008

Tachero enojado

La primera vez que manejé en Buenos Aires me asusté. Y no por no conocer las calles, o por temor a chocar el auto ajeno, o por no saber cómo coño pagar el estacionamiento con esas máquinas tragamonedas que en las provincias no existen. Me asusté por la reverenda puteada que me pegó un tachero: “¡¡¡Hija de mil putaaa!!! ¿Que no ves pedazo de mierda que no tenés lugar para pasar? Te voy a reventar el auto conchudaaaaa”. Estaba enojado el señor. Muy enojado. Tanto que después de que se me pasó el miedo y la culpa pensé que ese tipo, en realidad, no estaba enojado porque le corté el paso en medio de un atasco.

lunes, 11 de agosto de 2008

Piropo negro

Bajé corriendo como todos los días. Diez o tal vez cinco minutos antes de la hora a la que entro a trabajar a 15 cuadras de casa. Iba en mi mundo, como siempre, mirando el reloj cada minuto y medio. Visualizando el camino sin mirar, en medio del amontonamiento de gente que cada vez copa más las callejuelas de San Telmo.

Aunque no los mire. Aunque sólo me preocupe esquivar a los turistas que pasean con una letanía que da bronca. Aunque sólo me interese ganar la carrera contra el semáforo de la avenida Independencia. Me conozco cada baldosa de memoria, cada adoquín, cada pozo. Sé con precisión cuándo tengo que esquivar al chico que me pregunta siempre, pero siempre, si vengo a hacer el documento cuando subo hasta Defensa por Humberto 1º; al hombre barbudo vestido de camuflaje con mirada que asusta; al señor petiso de panza prominente, casi caricaturesca, que cuida coches en Defensa y Carlos Calvo; a la mujer que vende Hecho en Buenos Aires, en Defensa y pasaje San Lorenzo.

Nunca, nunca, algo me saca de ese mundo, de esa rutina. Ni siquiera los piropos, tan iguales todos. Hasta ayer. “Qué lindo te queda el negro, sólo te falta llevar de la mano a un negro como yo”. Llegaba tarde, pero me frené y me di vuelta para mirar a ese negro que continuó su camino, como si nada hubiese dicho, como si nada le hubiese llamado la atención en su camino, ni siquiera mi vestimenta negra, de los pies al cuello.

Y seguí caminando. Riendo. Recordando los piropos groseros a los que cada esquina de Tucumán me tiene acostumbrada. A los menos bizarros que escucho a diario cuando camino a las apuradas hasta el diario por San Telmo. ¿Sabrá este negro que los negros me atraen más que los rubios? Aunque no los mire.