Como quien intenta evitar que los autos lo atropellen en medio de una avenida endiablada. Como quien juega a zigzaguear para no pisar las líneas de unas baldosas de 10x10 centímetros. Como quien entrena la reacción ante un posible ataque inesperado. Ahí está. Solo ante esa inmensidad que evita rozar. Enfrentando ese hormigueo hipocondríaco. Extremo. Sofocante. Y sin bajar la mirada, fija el objetivo. Le cuesta. Pero llega, como todos los días. Es la rutina que se creó para subsistir sin resignar la inhóspita tierra que lo vio nacer. Rodeado del bullicio que lo taladra. Casi acostumbrado al tropiezo inevitable. Ahí está. Peleándole a esa cuesta empinada de olores humanos refregados entre sí. No es difícil encontrarlo entre la maraña apresurada. Es aquél. El único que esquiva para no chocar. Esa es, por cierto, su única maña que aún no se transformó en rutina de ciudad. O sí. En la rutina de no olvidar.
5 comentarios:
Todo se produce a pasos acelerados que a veces llevan al atropello. Canibalismo, te quieren llevar puesto. Las rutinas aburren a veces pero otras tranquilizan, supongo. Es bueno saber que algunos se salvan por el recuerdo, y además no olvidan que hay un otro.
Sobrevivir al olvido del otro de tantas maneras en la jungla urbana es un arte. Un abrazo amiga!
Supongo que la de no olvidar ha de ser la gran rutina; el combustible para seguir andando, para sobrevivir a los días aciagos. Un abrazo, amiga.
Me pareció tan bueno, que tomé prestado tu post.
Saludos
Abi, amiga, qué lindo pensar que ese sobrevivir es un arte y no un soplo de inercia, ¿no?
Juan, querido, la de no olvidar es la rutina linda que tenemos los que no estamos acostumbrados a atropellar. Pero claro, también se trata de sobrevivir.
Mario: Gracias por tanto halago, aquí y en tu blog. Beso grande!
Defenitivamente Lo, es más lindo pensar eso que dejarse llevar por la vorágine de almas del olvido!!!
besos
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