martes, 31 de marzo de 2009

Ironía histórica

En plena verborragia de discursos fascistas, acompañados de cacerolas, alpargatas de carpincho y plumas. En plena epidemia de un mosquito que reivindica la última dictadura militar, la pena de muerte y el regreso de la colimba. En plena “crisis” que sirve de cortina para volver a esclavizar, maltratar, silenciar, picanear… Murió Raúl Alfonsín, símbolo de la Democracia en la Argentina. Vaya ironía de la historia.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Festejar el otoño


Hojas secas, crujientes. Máscaras ocres mediando la luz intensa, el sol que aún calienta, pero que de a poco se aleja. Poemas que caen y se esparcen. Un rostro alegre, una mirada azul, una guitarra, una canción, un té con limón. El juego va y viene. La sensación de que el año recién comienza, la rutina, los guardapolvos blancos, el olor a café con leche. Y una fiesta. La del otoño. La del comienzo de una nueva estación, con sus colores, sus sensaciones, sus rituales. Una fiesta que la simpática Colorita insiste en celebrar. Cada año, cada tres meses, un encuentro estacional. Me pareció una idea encantadora. Así que, por primera vez, festejé el otoño, y jugué con su manera de arribar. Ahora espero ansiosa las fiestas que vendrán.

martes, 24 de marzo de 2009

domingo, 22 de marzo de 2009

Sangre nómade

Sangre nómade. Confusa, pero tan inquieta como el viento mismo que la acaricia. Entre los cerros, la tierra y el olor a hierba se escabulle. Tímida y altanera a la vez. Tiembla. Sueña. Llora. Juega. Ama. Jura amor. Se va lejos. Pero nunca olvida.

Sangre que no se enfría. Que sueña. Que transpira cada viaje. Que busca. Que encuentra. Que conoce todos y cada uno de los paisajes, aunque en el alma lleva los colores de la quebrada.

Sangre que no se intimida con los grandes edificios. Que recorre cada uno de sus rincones. Que abraza a cada uno de los rostros que encuentra en su andar, mientras suena su guitarra, su quena, su música.

Sangre que sabe. Que sabe que el wayra la acompaña, que sus hermanitos están, aunque queden desparramados por doquier. Que sabe que la pacha lo espera donde sea que vuele. Que sabe que la dispersión de su mirada es sólo una coraza que ya sabe contener.

Sabe, tanto es lo que sabe esa Sangre, que agarró sus cosas y se fue.

Sangre nómade. Sangre inquieta. No huyas. Más bien, que nada te detenga.

Nota: A mi amigo el Wayra, gran poeta y músico, hermoso viento que deja remolinos en su andar, mucha suerte en tu nuevo soplido...

viernes, 20 de marzo de 2009

Ausente

Triste, dolorida, sin plata y sin muela.

martes, 17 de marzo de 2009

Monólogo

¡Ya sé! Podríamos… ¿Ah, no? Pero me parece que… ¿Vos decís? ¡Pero es cuestión de mandarse nomás! Uhmmmm. ¿Y si probamos con…? Uh, ¿en serio? Bueh, quizás si… ¿Y entonces, qué proponés? No entiendo. Pero… Ehhh. Si me escucharas un minutito… Ohhh, vos también, che. ¡Para el caso no hagamos nada! Bueno, muy bien, no hagamos nada. ¿Que qué? Pero si te dije… Ma’ sí, andaaaá…

lunes, 16 de marzo de 2009

Vergüenza mayor

“La vida del tímido es engorrosa. Ni bien se encaminó a la pieza, comprendió que más ridícula que la imagen de un hombre que entra en el baño, era la del que se retira porque le faltó el coraje de entrar. ¿Había mayor vergüenza que dejar ver que uno tuvo vergüenza?”

Nota: Extracto de “Diario de la guerra del cerdo”, de Adolfo Bioy Casares.

sábado, 14 de marzo de 2009

Inseguridad

"Se llamaba Romina Gélvez. Tenía 22 años. Murió ayer en el Hospital Español de Mendoza. Estaba con muerte cerebral desde el domingo. La desesperación frente a un embarazo no deseado la empujó el viernes 6 a recurrir a una curandera del barrio La Gloria, en el departamento de Godoy Cruz, para que le practicara un aborto. El procedimiento no fue seguro: hubo una sonda de por medio. Llegó al Hospital Paroissien, de Maipú, con un cuadro infeccioso crítico. Nunca se recuperó. Romina no tuvo los 3000 o 4000 pesos que se requieren para acceder en la Argentina a un aborto seguro. Clandestino, sí, pero seguro. No fue el único caso fatal en la misma semana. La penalización del aborto está matando a las mujeres pobres. Pero de esa “inseguridad” que impacta exclusivamente en cuerpos femeninos, pobres, silenciosos, los grandes medios de comunicación no se hacen eco. Esas muertes, evitables todas, no importan."

Nota: extracto de la nota La otra "inseguridad", publicada hoy en Página/12.

Dolor sin nombre

"Lucila tiene 14 años y no sabe cómo soportar su angustia. Ni siquiera sabe qué es lo que le provoca ese sentimiento. Silenciosa, ahora encontró una forma de taparlo. Sólo necesita una gillete para rajarse la piel de sus brazos. Cortársela. Que sangre. Que ese dolor del cual sabe el porqué le haga olvidar el otro dolor, ese que no tiene nombre."


Nota:
Hoy pensaba en esos dolores que no tienen nombre, en esos vacíos que no tienen explicación que los rellene, en esas angustias que parecieran venir de la nada misma... Y recordé el comienzo de esta vieja y pequeña nota.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Sin culpa



Hace poco intenté dejar de fumar. Y creí que lo había logrado. Dos meses me duró la hazaña, uauuu... ¡dos meses! Pero para ser sincerísima, sólo unas semanas sin hacer siquiera una pitada. Mi regreso al cigarrillo, para ser más precisa, duró casi un mes y medio (¡ja!). Y consistió en robar pitadas primero, algún que otro cigarrillo después. En ese asunto estaba yo por entonces, tratando de no creer que había vuelto, y con la frente alta ante los que me retaban por el regreso lento, pero seguro. Fue cuando Peluffo rescató, de entre mis excusas, una frase que quedó para que me tomaran para la chacota en el laburo: “A mi no me da culpa... porque yo lo hago”. Hoy Peluffo volvió de sus vacaciones en Cuba. Trajo de regalo una caja de puros. Son tan bonitos que me da pena hacerlos humo. Pero tiene razón, no me va a dar nada de culpa fumarlos.

martes, 10 de marzo de 2009

Angustia

Anoche fui con Diego a ver una obra de teatro ciego. Había que entrar al lugar, totalmente a oscuras, haciendo fila y agarrándose del hombro del que iba adelante. Antes, nos dieron todas las indicaciones de cómo íbamos a sentarnos, de cómo nos iban a ayudar a hacerlo, de la fea sensación de los primeros cinco minutos y, claro, de apagar celulares y cualquier objeto que pudiera dar cualquier destello de luz.

Cuando finalmente entramos, me invadió una sensación de angustia que no se me pasó a los 5 minutos, ni a los 10, ni a los 30. Casi casi que me duró la hora entera que pasamos en ese cuarto oscuro, mientras el actor Juan Carlos Puppo contaba cuentos. Cuento puro o puro cuento se llama la obra de narración oral. Cuento puro o puro cuento, preguntaba Puppo una y otra vez entre cuento y cuento. Algunos se animaban a contestar, tímidamente. Pedían un cuento puro o un puro cuento. Ninguna de las veces atiné siquiera a mover los labios. Estaba inmutable. Dura. Sin moverme de la misma posición en la que me ubiqué al comienzo. Tenía pánico. No sabía qué rozaría si movía un centímetro la pierna derecha cruzada. Y rogaba que no sonara el celular que no había apagado pero sí, en cambio, había dejado en silencio. Si sonaba, la cagaba. Seguro se notaría la luz por debajo de la cartera tejida. Así que le puse arriba una revista que había robado en la recepción del teatro, y apreté con fuerza la cartera sobre mi falda.

Cuando prendieron las luces tenía aún las piernas duras y cruzadas. La mandíbula contraída. Los ojos abiertos como dos manzanas como si me ayudaran en el estado de alerta. Y una fea sensación frente a la oscuridad que no sentí ni de niña. ¿Los cuentos? Muy lindos, por cierto.

sábado, 7 de marzo de 2009

Lejos de mí, cerca de él

Se fue del pueblo a los 18 y creyó que lo había dejado atrás para siempre. Partió con el crepúsculo de su inocencia, con la traición de los miedos de adolescente que le producían taquicardia y sensación de muerte, con los cigarrillos que había comprado en el almacén de la esquina y varios encendedores ajenos en el bolsillo agujereado del pantalón. Se llevó su andar desaliñado, sus John Foos turquesas puestas, su acento provinciano, sus uñas largas porque olvidó el alicate en casa, su inexperta guitarra, su paranoia al amor, su flacura larga y espigada.

Anduvo por ciudades, por cientos de amistades, trabajos indeseables, creatividad a flor de piel con sensación de vacío entre el amontonamiento de gente exaltada. Zorro, lo llamaron. Zorro del desierto. Un Zorrito con la cola entre las patas que de a poco fue soltando, pero sin perder las mañas.

Recuerdo el día en que lo conocí, con su simpática tartamudez, su memoria fotográfica, su “ahicito nomás” y con la misma tonada que tiene mi familia paterna, oriunda de su mismo pueblo. Me acerqué. Me emocioné. Y desde entonces casi nunca me separé. Cuando me tocó el turno de partir a mí, ahí estaba él. Cuando grité, festejé, lloré, comí, me ahogué, triunfé, fracasé, reí, amé, bailé... Ahí estaba él.

Ocho años pasaron desde aquél día en que se fue de casa. Dejó el cigarrillo y con él su manía de afanar encendedores. Engordó. Se enamoró. Le sacó chispa a la guitarra, creó y dedicó canciones. Hizo una maestría. Se vistió de traje. Pero nunca, nunca, abandonó su letanía de desierto. Su deseo de desierto. Sus encantadoras mañas de desierto. Será por eso que regresó a la tierra de los cerros, de los dulces caseros, de las frutas dulces y jugosas, y de los “ahicito nomás”. Ahí está él ahora. Lejos de mí. Tan cerca de él.

Nota: Para mi entrañable amigo, hasta siempre...

miércoles, 4 de marzo de 2009

La espejeada

Hace poco me hablaron sobre una costumbre ancestral de la puna jujeña para presumir, galantear o “levantar” a un chango o una imilla (mujer coya). Y me encantó. Se llama la “espejeada”, un rito en el que el hombre acaricia desde lejos a la mujer que desea, por medio de los rayos del sol que se reflejan en un espejito que lleva en su mano. Ella camina por un cerro muy alejado al que lo cobija a él, pero la distancia no importa. Nada importa entonces. Si es correspondido, la mujer sacará su espejito y lo llenará de besos con los rayos del sol. Según la tradición, ese intercambio de soles los une en pareja sin casamiento de por medio. Es lo que se llama el “amañamiento”. Me pareció un rito hermoso. De pronto lamenté no tener la costumbre de llevar un espejito en la cartera.

martes, 3 de marzo de 2009

Cuando el diablo mete la cola

Soy el diablo de Humahuaca… El talco se cuela por los rincones más insólitos. Su perfume cubre el olor a sudor, a lágrimas, a alcohol, mientras la albaca pende de una oreja llamando a la soltería desaforada. Nadie resiste a mi tentación… El sol raja la tarde endiablada, los pañuelos flamean en el cielo, la alegría, el baile, los colores, la espuma, el agua florecen en un carnaval atolondrado. En mi quena hay un gualicho… Las cajas de las copleras resuenan en la quebrada y mientras el grito despiadado levanta la polvareda, los pies y los galopes del corazón, la pacha espera impaciente en el misterio del cerro rabioso. Allá vamos cuando el sol se esconde, chorreando vino, saltos, cantos y Los Alegres de Humahuaca, vamos con la comparsa ay viditaiii. Entonces el diablo es desenterrado y la Madre Tierra es adoración: chicha, hojas de coca, talco, tabaco, alcohol y más alcohol… son las ofrendas que recibe antes de escuchar los uno, dos, tres disparos. Y salen los diablitos enmascarados, bailando y bailando y ayyy viditaiii. Una semana después habrá que enterrarlo. Pero yo me resisto. Lo dejo suelto nomás. Lo dejo meter la cola al intruso… hay un gualicho para las duras de corazón. Ya veré si el año que viene tengo ganas de volver a enterrarlo.