A mi mamá se le nota la edad. Tanto, que es insufriblemente paranoica con todas las ¿epidemias? que de pronto se pusieron de moda. Cada vez que puede, manda desde Tucumán algunos regalitos: un Off para los mosquitos del dengue, un Pervinox para desinfectar las manos a cada rato y evitar así la gripe importada. Ahora, que cierran y abren colegios de la zona norte de Buenos Aires cada dos por tres, nos llama preocupada a mi hermano y a mí para saber qué novedades tenemos, para pedirnos que no nos encerremos en lugares demasiado multitudinarios, que por favor nos cuidemos y bla bla bla. La respuesta de mi hermano, para que se deje de hinchar: “No sé de qué te preocupás tanto, si al final la gripe nueva está atacando a los ricos, ¿o no te diste cuenta qué clase de colegios son los que tienen casos sospechosos?”.
Fin de la paranoia. A buscar otra epidemia.
jueves, 28 de mayo de 2009
lunes, 25 de mayo de 2009
Vaya cobardía
De lejos: luz, movimiento, soltura, solidez, bla bla y bla. De cerca: timidez, cachetes sonrojados, silencio, vulnerabilidad. Vaya contradicción. Vaya cobardía.
viernes, 22 de mayo de 2009
martes, 19 de mayo de 2009
Recuerdos marañosos
Era tarde, pero se metieron igual. Árboles, ramas, hojas enmarañadas, enjambres de enredaderas y lianas. Lo único que servía como escudo y machete era un pedazo de tronco clueco y maltrecho. Pero nada importaba entonces. Era más la curiosidad, la intriga de esos sonidos salvajes, la comezón por saber qué había más allá de ese monte que se levantaba, inmenso, a la vuelta de sus casas.
Entraron y entraron por lo que parecía ser un sendero desdibujado. De pronto, un estruendo. Y un grito. Feroz, cegado. “¿Quién anda por ahí?”. De nuevo el estruendo, una y otra vez. Eran tiros. Ellos sabían que eran tiros, aunque nunca antes habían escuchado uno de verdad. Al piso algunos. A la carrera otros. Para un lado, para el otro. “¡No dispare, somos niños!”, gritaba uno de ellos. Otro, lloraba con la cabeza tapada con los brazos. “¿Y Julián? ¿Dónde está Julián?”, se oía en medio de la agónica desesperación.
Huyeron, como pudieron. El canal, más abajo, hizo de refugio. De repente, el silencio. Y lo ven ahí, tendido, manchado y con los ojos dados vuelta. Otra vez, un grito. Otra vez, la confusión. Por última vez, la imagen de su amigo Julián.
Los años pasaron. Hoy, un extenso barrio residencial tapa ese monte de marañosos recuerdos.
Entraron y entraron por lo que parecía ser un sendero desdibujado. De pronto, un estruendo. Y un grito. Feroz, cegado. “¿Quién anda por ahí?”. De nuevo el estruendo, una y otra vez. Eran tiros. Ellos sabían que eran tiros, aunque nunca antes habían escuchado uno de verdad. Al piso algunos. A la carrera otros. Para un lado, para el otro. “¡No dispare, somos niños!”, gritaba uno de ellos. Otro, lloraba con la cabeza tapada con los brazos. “¿Y Julián? ¿Dónde está Julián?”, se oía en medio de la agónica desesperación.
Huyeron, como pudieron. El canal, más abajo, hizo de refugio. De repente, el silencio. Y lo ven ahí, tendido, manchado y con los ojos dados vuelta. Otra vez, un grito. Otra vez, la confusión. Por última vez, la imagen de su amigo Julián.
Los años pasaron. Hoy, un extenso barrio residencial tapa ese monte de marañosos recuerdos.
lunes, 18 de mayo de 2009
Fruti, fruti y tuti fruti
Avena, pasas, fruti, fruti y tuti fruti. Como todo su alrededor. Frula, fruli, tuta la fruti. Es así de simple y así de engorroso. Como el color mismo de una paleta chorreada. Como el sabor de tuita la fruta junta. Como el candombe de ideas después de un tumbacabezas. Como el popurrí de olores y texturas cuando se acerca. Como el silencio mismo y los flashes y la oscuridad después de mirar fijamente un foco. Como el silbido de todos sus pájaros en la mañana. Como su latir inquieto, verdugo y travieso. Avena, pasas, fruti, fruti y tuti fruti.
domingo, 17 de mayo de 2009
M’ hijo, el cajón
Hace poquito lo gesté, lo parí, y hasta lo amamanté. Aquí, ya terminadito, listo pa' crecer: M’ hijito, el cajón. ¿No quedó hermoso?
viernes, 15 de mayo de 2009
La maldición del pato
Hace unos días, unos amigos jujeños estuvieron en Tucumán. Habían ido a mostrar su música, sus vientos andinos, su poesía de montaña. En el medio, tuvieron una serie de percances que parecen de un cuento absurdo, de esos que “¡ay, madrecita, ojalá nunca me pase!”. Antes de que toda la mala suerte les suceda, habían estado de juerga por El Cadillal, un lugar turístico donde predomina el verde, un río y un dique. Mientras paseaban, un pato les voló cerca –según me cuenta, textualmente, un amigo por chat-, y cuando pasó por sus cabezas les hizo “¡Cuac!”. Pucha que se asustaron. Mi amigo del chat, tucumano él, bromeó diciendo que ésa, según la tradición de la zona, era una señal maléfica. Una maldición. “La maldición del pato”, le llamaron, burlándose, riéndose. Lo que sigue no es cuento. Más bien, una maldición de adeveras.
jueves, 14 de mayo de 2009
martes, 12 de mayo de 2009
domingo, 10 de mayo de 2009
jueves, 7 de mayo de 2009
miércoles, 6 de mayo de 2009
Las aceitunas de Clemente
De pequeña, solía mirar las tiras de Clemente por canal 10, de Tucumán, tirada en la cama grande de mis papás, con mi largo camisón blanco a florcitas rojas. Me encantaba ver las historias de este personaje de Caloi, en la tribuna, metiéndose en las tetas enormes de la Mulatona, mientras caían papelitos celestes y blancos por todos lados. Y solía hacerlo, también, comiendo aceitunas. Me encantaban las aceitunas, sobre todo esas grandes y verdes que traíamos de Andalgalá, el pueblo donde nació mi papá.
Hoy recordé aquellos tiempos, luego de ver una entrevista a Caloi que le hizo Vero W. para su blog Muy Buen Provecho, de Perfil.com. Allí el humorista cuenta, ni más ni menos, por qué su personaje más famoso ama las aceitunas, y hasta revela que tuvo “relaciones carnales” con ellas. Un relato encantador, que puede verse en este video de poco menos de 3 minutos:
Hoy recordé aquellos tiempos, luego de ver una entrevista a Caloi que le hizo Vero W. para su blog Muy Buen Provecho, de Perfil.com. Allí el humorista cuenta, ni más ni menos, por qué su personaje más famoso ama las aceitunas, y hasta revela que tuvo “relaciones carnales” con ellas. Un relato encantador, que puede verse en este video de poco menos de 3 minutos:
martes, 5 de mayo de 2009
Despabilar la vida
Ya no escucha nada, casi ni siente nada. Hay que arrimarse y tocarlo para que se de cuenta de la presencia de alguien y empiece a mover la cola. Entonces sí, se despabila, se para, busca los mimos, ladra, juega, saltimbanquea y todo. Con la panza hinchada por no poder orinar, con las pastillas que toma de mañana y tarde, con los dientes ya caducos y con su intacto gruñido cuando el más joven se le acerca. Va y viene, corretea, olfatea el asado y es capaz de desvelarse toda la noche si hay gente despierta, como queriendo bailar, guitarrear y contar chistes con los comensales de un sábado a la noche. Entonces, ¿quién puede imaginarse que estuvo a punto de morirse varias veces en los últimos dos años? Quince años tiene este pirata. Quince años de viejo maltrecho que se empeña en seguir viviendo. La veterinaria dice que su estado es como para sacrificarlo, pero que su ánimo es claro: disfruta de mover la cola cada vez que alguien se arrima a despabilarle la vida.
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