miércoles, 22 de octubre de 2008

La terraza

Hace dos días fui por primera vez. Después de casi dos años, me animé. Vencí los julepes y prejuicios. Me quité el molde y tomé fuerzas. Respiré hondo y me acerqué. Por fin, la conocí. Pero como no me alcanzó, en su regazo me quedé. Observé su contorno. Me quedé colgada de sus cobijas. Curioseé desde cada uno de sus rincones. Y ocurrió lo que temía: me gustó.

Sin embargo, no es muy distinta de lo que me imaginaba. No es linda. No tiene simpatía ni comodidades para recibir a nadie. Es muy superficial. No inspira seguridad. Y encima, emana un vapor denso. Pero me gustó.

Me gustó por sus distintas visiones del mundo que la rodea. Por su encantadora mirada casi patriarcal sobre todo lo que (sabe) está por debajo suyo: desde los diminutos autos cuyo ruido insoportable no alcanza a molestarla 13 pisos arriba, hasta el implacable Río de la Plata que todavía se deja ver, entre las cada vez más numerosas torres que invaden un paquetísimo Puerto Madero. Desde la autopista 25 de Mayo y su ronroneante smog de las 6 de la tarde, hasta la callecita de adoquines que contornea su inmensidad. Desde los pequeños balcones vecinos, abarrotados de plantas, plantines, broches, jabón y ropa colgada de sogas, muchas sogas; hasta la inmensa casona abandonada que choca con su espalda, cargada de árboles tan secos como ella.

A pesar del cemento. Del reducido espacio repleto de baldosas calientes por un sol que pela. A pesar de los caños gruesos que van y vienen y casi impiden caminar. Del denso cablerío, antenas parabólicas y demás. Aunque falten el verde, los pájaros y el sonido del viento crudo. A pesar del escalofrío que me electrizaba la piel cada vez que miraba hacia abajo. Ahí me quedé. En la pequeña pero impactante terraza, a la que nunca antes me había animado subir.

Me gustó. La disfruté. Y me dieron ganas de volver.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué lindo relato, Lore. Me pasa algo parecido a lo que contás en la terraza de mi edificio. Un beso y un abrazo.

Bruno Cirnigliaro dijo...

las terrazas son especiales... casi todas son feas, pero tienen la altura que al ser humano le atrapa tanto. Ahí arriba, uno se siente más cerca del cielo, la mirada sobre el entorno resulta diferente... dan ganas de volar!
Lo dice alguien que vivió siempre en edificio, cuya terraza fue testigo de la eternidad!

Lelé dijo...

Crónica del vértigo. Saludos!

Anónimo dijo...

Fantástico blog me gusta me ha aireado mi imaginación y pensamiento estancado, muchas gracias por su edición con tan buen gusto felicidades, reciba un abrazo.

Anónimo dijo...

Fantástico blog me gusta me ha aireado mi imaginación y pensamiento estancado, muchas gracias por su edición con tan buen gusto felicidades, reciba un abrazo.

el Rafa dijo...

Yo tenia fantasías de terrazas… nunca debí cumplirlas.
Lindo relato.
Besos

Pedro Noli dijo...

-Me hiciste acordar cuando de niño me trepaba al techo de mi casa mientas mis viejos dormían la siesta. El mismo temor antes de subir y el mismo placer al llegar. Claro que se veía el barrio, nada más. El barrio a mis pies, nada menos.

- Veo que el maldito Naturline también pasó por acá. Un atentado teconológico, propongo.

Abi dijo...

¡Me encantó el relato!, yo no soy amiga de las alturas pero la vista es hermosa e impactante desde allí. No vivo en edificio pero cuando estoy en San Javier, miro la ciudad y los cerros más lejanos mientras lejos de ruidos siento el viento en mi piel. Ese es el momento que voy a extrañar cuando esté lejos de Tucumán.

Anónimo dijo...

lore!!Como me gusto tu relato!!Yo tambien la conoci hace poquito en un atardecer alucinante!Las alturas me gustan, siempre me dan sensacion de expansion bienestar y de que todo es mas facil de llegar..Creo que voy a visitarla mas seguido..A ver si desde ahi veo mi proxima casita!Gracias por tus empujones lindos!!

Lorena Tapia Garzón dijo...

Rafa: nunca tuve fantasías de terrazas, ahora quiero una...
Saludos a todos los voladores, jua!