El otro día me puse a discutir con mi hermano (siempre discutimos, somos hermanos) sobre la violencia que reina en las calles. Surgió luego de que yo contara una pelea que tuve con el chofer de un colectivo, que sin razón alguna me re puteó cuando subí al bondi repleto y yo le contesté, sacadísima.
Mi hermano me decía algo así como que, con mi reacción, yo había actuado en consecuencia con esa violencia. Y yo le retrucaba que no, que el hecho de que esa violencia exista no significaba que yo tenía que quedarme en el molde y dejar que ese pobre hombre, cansado, violentado por la gente, sofocado por el tránsito, las bocinas y demás, me insultara gratuitamente sólo porque su vida era una mierda.
Después de discutir violentamente con mi hermano (siempre discuto así con él, hasta por la boludés más grande, es mi hermano), de burlarme de sus palabras y reírme en su cara (como cuando éramos chicos, porque sé que lo enoja), hicimos las pases (como siempre también, a los minutos ya somos amigos). Y me regaló un poema, que encontró por ahí. Tiene un tono nostálgico, arrabalero, bien de tango. Por eso, dice mi hermano, viene al caso. Porque “nosotros los provincianitos debemos tener una nostalgia bien parecida al tango”.
ImpiedadSe apelmaza en el tren, el bondi, el subte,
porque, día tras día, va a yugar.
Se calza el celular y la corbata
el walkman… y a engrupir su soledad.
Hay que aplastar al otro pa´ salvarse;
primero yo, gilito. Y nada más.
Todo el cemento cabe en su tristeza,
lágrima de concreto es la ciudad.
No están las parras
ni las guitarras,
las casas bajas
también se van.
Ya se perdieron
las serenatas,
la noche grata
se quedó atrás.
Cuando el tranvía
se tomó el piro
la mano amiga
no existió más.
Gambetea semáforos, bocinas,
esmog, neurosis y en su horizontal
convoy moderno donde sólo muere
apoliya su pena… ¡Y a soñar!
Sueña que es triunfador; no, poligriyo.
Busca la salvación: escolasear,
más sigue hastío, celular, corbata,
pena, walkman, rutina… su yirar.
Juan Carlos Giusti