Juan Martín sabe que su historia está latente. Se despereza. Levanta los párpados. Mira por el ombligo la incandescencia de una luz que aún no iluminó sus ojos prematuros. Observa a esos niños jugar a las escondidas. Desea salir de allí para estampar un piedra libre victorioso. El puede. Sabe que es el único que puede hacerlo despreocupado porque no pueden verlo. Es invisible. Silencioso. Sigiloso. Y nadie, pero nadie, sabe que existe. Desespera. Le pide permiso a ese ombligo que lo ignora. Desde hace meses que lo ignora. Lo deseó una vez, es cierto. ¡Hasta le puso un nombre! Pero se olvidó de engendrarlo. De alimentarlo para que ese tiempo de encierro pase rápido. Juan Martín no sabe, todavía no se dio cuenta, que ese deseo sólo hizo de él una ilusión. Una ilusión que se apagó el mismo día que sus futuros papás decidieron separarse.
7 comentarios:
Me gustó muchísimo lo que escribiste, Lorena. Te felicito. De verdad, me llegó. Saludos.
Esto es triste. Ya sé que es vida, pero es triste. Te mando un beso.
Ayyyyyy... me dio piel de gallina. Qué lindo relato, Lorena. Una vez más, felicidades. Me encantó y seguí así!! (parece la frasecita que nos ponían en el colegio debajo del Excelente pero bué...). Un beso enorme!!!
Guauuuuu emocionante.
Tocado.
Conmovedor! un abrazo!
"Le pide permiso a ese ombligo que lo ignora. Desde hace meses que lo ignora", me pareció brillante... Muy bueno, felicidades.
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