martes, 31 de marzo de 2009
Ironía histórica
miércoles, 25 de marzo de 2009
Festejar el otoño
Hojas secas, crujientes. Máscaras ocres mediando la luz intensa, el sol que aún calienta, pero que de a poco se aleja. Poemas que caen y se esparcen. Un rostro alegre, una mirada azul, una guitarra, una canción, un té con limón. El juego va y viene. La sensación de que el año recién comienza, la rutina, los guardapolvos blancos, el olor a café con leche. Y una fiesta. La del otoño. La del comienzo de una nueva estación, con sus colores, sus sensaciones, sus rituales. Una fiesta que la simpática Colorita insiste en celebrar. Cada año, cada tres meses, un encuentro estacional. Me pareció una idea encantadora. Así que, por primera vez, festejé el otoño, y jugué con su manera de arribar. Ahora espero ansiosa las fiestas que vendrán.
martes, 24 de marzo de 2009
domingo, 22 de marzo de 2009
Sangre nómade
Sangre que no se enfría. Que sueña. Que transpira cada viaje. Que busca. Que encuentra. Que conoce todos y cada uno de los paisajes, aunque en el alma lleva los colores de la quebrada.
Sangre que no se intimida con los grandes edificios. Que recorre cada uno de sus rincones. Que abraza a cada uno de los rostros que encuentra en su andar, mientras suena su guitarra, su quena, su música.
Sangre que sabe. Que sabe que el wayra la acompaña, que sus hermanitos están, aunque queden desparramados por doquier. Que sabe que la pacha lo espera donde sea que vuele. Que sabe que la dispersión de su mirada es sólo una coraza que ya sabe contener.
Sabe, tanto es lo que sabe esa Sangre, que agarró sus cosas y se fue.
Sangre nómade. Sangre inquieta. No huyas. Más bien, que nada te detenga.
Nota: A mi amigo el Wayra, gran poeta y músico, hermoso viento que deja remolinos en su andar, mucha suerte en tu nuevo soplido...
viernes, 20 de marzo de 2009
martes, 17 de marzo de 2009
Monólogo
lunes, 16 de marzo de 2009
Vergüenza mayor
Nota: Extracto de “Diario de la guerra del cerdo”, de Adolfo Bioy Casares.
sábado, 14 de marzo de 2009
Inseguridad
Nota: extracto de la nota La otra "inseguridad", publicada hoy en Página/12.
Dolor sin nombre
Nota: Hoy pensaba en esos dolores que no tienen nombre, en esos vacíos que no tienen explicación que los rellene, en esas angustias que parecieran venir de la nada misma... Y recordé el comienzo de esta vieja y pequeña nota.
miércoles, 11 de marzo de 2009
Sin culpa
Hace poco intenté dejar de fumar. Y creí que lo había logrado. Dos meses me duró la hazaña, uauuu... ¡dos meses! Pero para ser sincerísima, sólo unas semanas sin hacer siquiera una pitada. Mi regreso al cigarrillo, para ser más precisa, duró casi un mes y medio (¡ja!). Y consistió en robar pitadas primero, algún que otro cigarrillo después. En ese asunto estaba yo por entonces, tratando de no creer que había vuelto, y con la frente alta ante los que me retaban por el regreso lento, pero seguro. Fue cuando Peluffo rescató, de entre mis excusas, una frase que quedó para que me tomaran para la chacota en el laburo: “A mi no me da culpa... porque yo lo hago”. Hoy Peluffo volvió de sus vacaciones en Cuba. Trajo de regalo una caja de puros. Son tan bonitos que me da pena hacerlos humo. Pero tiene razón, no me va a dar nada de culpa fumarlos.
martes, 10 de marzo de 2009
Angustia
Cuando finalmente entramos, me invadió una sensación de angustia que no se me pasó a los 5 minutos, ni a los 10, ni a los 30. Casi casi que me duró la hora entera que pasamos en ese cuarto oscuro, mientras el actor Juan Carlos Puppo contaba cuentos. Cuento puro o puro cuento se llama la obra de narración oral. Cuento puro o puro cuento, preguntaba Puppo una y otra vez entre cuento y cuento. Algunos se animaban a contestar, tímidamente. Pedían un cuento puro o un puro cuento. Ninguna de las veces atiné siquiera a mover los labios. Estaba inmutable. Dura. Sin moverme de la misma posición en la que me ubiqué al comienzo. Tenía pánico. No sabía qué rozaría si movía un centímetro la pierna derecha cruzada. Y rogaba que no sonara el celular que no había apagado pero sí, en cambio, había dejado en silencio. Si sonaba, la cagaba. Seguro se notaría la luz por debajo de la cartera tejida. Así que le puse arriba una revista que había robado en la recepción del teatro, y apreté con fuerza la cartera sobre mi falda.
Cuando prendieron las luces tenía aún las piernas duras y cruzadas. La mandíbula contraída. Los ojos abiertos como dos manzanas como si me ayudaran en el estado de alerta. Y una fea sensación frente a la oscuridad que no sentí ni de niña. ¿Los cuentos? Muy lindos, por cierto.
sábado, 7 de marzo de 2009
Lejos de mí, cerca de él
Anduvo por ciudades, por cientos de amistades, trabajos indeseables, creatividad a flor de piel con sensación de vacío entre el amontonamiento de gente exaltada. Zorro, lo llamaron. Zorro del desierto. Un Zorrito con la cola entre las patas que de a poco fue soltando, pero sin perder las mañas.
Recuerdo el día en que lo conocí, con su simpática tartamudez, su memoria fotográfica, su “ahicito nomás” y con la misma tonada que tiene mi familia paterna, oriunda de su mismo pueblo. Me acerqué. Me emocioné. Y desde entonces casi nunca me separé. Cuando me tocó el turno de partir a mí, ahí estaba él. Cuando grité, festejé, lloré, comí, me ahogué, triunfé, fracasé, reí, amé, bailé... Ahí estaba él.
Ocho años pasaron desde aquél día en que se fue de casa. Dejó el cigarrillo y con él su manía de afanar encendedores. Engordó. Se enamoró. Le sacó chispa a la guitarra, creó y dedicó canciones. Hizo una maestría. Se vistió de traje. Pero nunca, nunca, abandonó su letanía de desierto. Su deseo de desierto. Sus encantadoras mañas de desierto. Será por eso que regresó a la tierra de los cerros, de los dulces caseros, de las frutas dulces y jugosas, y de los “ahicito nomás”. Ahí está él ahora. Lejos de mí. Tan cerca de él.
Nota: Para mi entrañable amigo, hasta siempre...