miércoles, 24 de junio de 2009

La estrellita

Adriana E. siempre fue la estrellita de la casa, del colegio, del barrio... Era una simpática nena de cabellos castaños y bien lacios que divertía a todos con su desenvoltura: cantaba, bailaba, actuaba y hacía monigotes todo el tiempo. Ya a los tres años (¿o quizás a los cuatro?), la más chiquita de cinco hermanos acompañaba a su papá en guitarreadas entre amigos. Se sentaba en sus rodillas y cantaba los chamamés que tocaba su papá (misionero hasta los huesos).

Así se gestó su futuro. Así le moldearon la vida. Desde los siete la “mandaron” a estudiar guitarra en un conservatorio y danzas clásicas en el partido de San Martín, donde vivió cuando era niña. “A mí me encantaba. Hasta que empecé a darme cuenta que mis monigotes no bastaban, que debía estudiar todo el tiempo, que ya no era más la estrellita de nada ni de nadie... todos estaban en la misma, y en danzas, muchas eran mejor que yo”, cuenta, para resaltar cómo juega en esto la competencia. Su mamá la encerraba a estudiar teoría y solfeo o la llevaba a cuanto casting televisivo había. Su sueño de niña se había transformado “¡en el sueño de mamá!”.

Después de estudiar casi diez años, abandonó danzas primero, el conservatorio después, y por último su primer trabajo relacionado con la carrera: el Coro de Niños del Teatro Colón. “Dejé danzas después de sentir que realmente nunca lo iba a lograr. Si bien siempre fui menudita, no tengo mucha cintura y eso para la danza no va”, relata. Y luego recuerda aquella enfermedad que le agarró por su obsesión de estar flaca, y que la llevó a no comer nada en todo el día, o a subir y bajar varias veces por las escaleras los nueve pisos que separaban la planta baja de su departamento.

Abandonó todo, y la simpática estrellita se opacó. Hasta que llegó al diván y, pasados los 30 años, recibida de maestra jardinera y devenida en empleada administrativa, retomó la música y el canto. Armó algunas bandas con amigos, se puso a estudiar en Sadaic, y todas las tardes cuando vuelve a casa se pone a componer y a tocar la guitarra. Ella ama la música, pero no pudo hacer de ella su verdadera ocupación. “Ojalá pudiera vivir de la música, pero ya es tarde”, se lamenta.

La historia de Adriana sabe a frustración. Sin embargo, ahora disfruta de la música como no lo hacía desde aquellos años en que nada parecía preocuparle más que cantar en las guitarreadas con su papá. Volvió a ser la estrellita. Pero esta vez, su propia estrellita.

Nota: Con esta historia (ahora cambiada un poco para este post) comienza mi trabajo final de Maestría en Periodismo, que hice en 2005: es un largo reportaje sobre la vida de niños con profesiones de grandes.

4 comentarios:

Flor dijo...

Me encantó la historia de Adriana. El reencuentro con lo que le gustaba pero ya desde su propia elección.

Diego Nofal dijo...

Barbáro me encantó el tema que elegiste para la tesis

Fernanda. dijo...

Está fantástico el tema de la tesis. Me qudé pensando en eso.
Besos!.

Anónimo dijo...

Hola Lore! me emociona q cuentes mi historia... con lo que más me hace vibrar en el mundo que es la música... y -rescatando lo que alguien arriba comentó- creo que para mi ya no sabe a frustración sino a búsqueda continua y realización de eso que me mueve en la vida. Beso enorme y gracias! (acordate que queda pendiente la banda fliar) jajaaa! Adri.