Las vestían igual. El mismo enterito amarillo, con igual dibujito en la panza e idéntico sombrerito a rayas. Baberito blanco con puntillas, zapatitos tejidos al tono. Y ahí las dejaban, en el piso del patio, jugando, trompeándose, intentando levantarse y gatear. Parecían mellizas, pero eran primas y se llevaban un par de meses de diferencia. La más grande, Ale, tenía síndrome de down. Pero no se notaba. A esa edad nada se nota. Ni siquiera el peligro. Ni siquiera la muerte. Una mañana, cuando el sol merodeaba detrás de la galería, Ale empezó a caminar. Y se lanzó nomás. Sobre sus pasos difusos, sobre su cuerpito trasgresor, tambaleó y tambaleó hasta llegar a la pileta del fondo. Nadie vio su tenue figura alejándose de la sombra. Nadie oyó el chapuzón. Nadie supo explicarle a su casi melliza por qué Ale no volvió a jugar con ella nunca más.
8 comentarios:
La concha de la lora!!!
(Perdón! pero es lo que sentí...)
Qué triste Lore.
Muy buen relato, pero tan triste...
No hay pena que no pueda contarse en un cuento...
Ficción o realidad? Aquí comienza el juego.
Me gustó, mucho me gustó este post.
gran relato!El azar me trajo aqui y volvere a menudo. Te dejo mi web si queires visitarme:
www.elagujeronegro.co.cc
que triste historia... tengo un nudito en la garganta... un abrazo :)
Lore, te dejé tarea para la casa en mi blog. Fijate.
Beso.
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